Pero para entonces ya había pasado 404 días en prisión, aislado y prácticamente sin poder celebrar misa. Fue una cacería contra un hombre que reunía dos graves “delitos” y ninguno de ellos era aquel por el que fue condenado. Era conservador en doctrina y había intentado limpiar de corrupción las finanzas vaticanas. Por esos “delitos” se organizó la trama contra él y aún está sin aclarar quienes fueron los que la organizaron, cuánto pagaron por ello y a quién se lo pagaron.
He pensado en el cardenal Pell y en su frase estos días, cuando he visto lo que le están haciendo al cardenal Voelki de Colonia. Voelki ha cometido también dos “delitos”, parecidos a los Pell. Es conservador y se ha enfrentado no a la corrupción vaticana sino a la corrupción alemana, aunque en su caso esa corrupción sea doctrinal y no económica. Voelki es el mayor crítico del Sínodo alemán, con la particularidad de que gobierna una importantísima diócesis. Por eso hay que acabar con él.
Para ello montaron un estudio supuestamente independiente que le implicaba en protección de sacerdotes pederastas. Eran tan zafio y mal hecho el estudio que él encargó otro y, además, entregó sus resultados a la policía. Quedaba totalmente exonerado de cualquier responsabilidad y lo único que se le pudo achacar fue que no había sabido comunicar bien las medidas que había empleado contra los pederastas.
En cambio, resultaba implicado el que era vicario general de la diócesis cuando ocurrieron los hechos, el actual obispo de Hamburgo, monseñor Hesse, uno de los impulsores más destacados del proceso cismático alemán. Sorprendentemente para unos, lógicamente para otros, el Papa no aceptó la renuncia de Hesse y en cambio le impuso a Voelki un retiro de varios meses, que están a punto de cumplirse.
Quizá sea por eso por lo que se ha levantado de nuevo la veda contra el cardenal alemán y sus enemigos, dentro del Episcopado de ese país y fuera de él, han insistido en que dimita. La voz más poderosa de sus acusadores ha sido la del cardenal de Luxemburgo y jesuita, Hollerich, que preside las Conferencias Episcopales europeas y es el relator del Sínodo sobre la Sinodalidad. Hollerich ha dicho que Voelki debe dimitir porque sus feligreses no le quieren.
No creo que haya ido uno por uno a preguntar a los católicos de Colonia y supongo que se basa en el resultado de la última estadística de bajas en la Iglesia alemana. Colonia está a la cabeza en el aumento porcentual de esas bajas y eso ha debido ser interpretado por Hollerich como un rechazo popular.
Me da pena que Su Eminencia no haya pensado en una posibilidad que a mí me parece más que probable: que la subida de ese porcentaje sea el resultado de unas bajas promovidas entre los fieles más liberales de la diócesis para dejar en evidencia a su arzobispo y tener así un argumento contra él.
Sorprendentemente para unos, lógicamente para otros, Hollerich no ha dicho nada sobre la necesidad de que renuncien obispos cuyas conductas sí tienen indicios de complicidad con sacerdotes pederastas, como Bätzing y Marx, presidente de la Conferencia Episcopal alemana y cardenal arzobispo de Munich respectivamente, con el agravante de que en números absolutos Munich es la diócesis donde ha habido más bajas por apostasía, muchas más que en Colonia.
Aunque quizá esa petición de Hollerich a Voelki se entienda mejor si se tienen en cuenta sus últimas declaraciones, en las que se muestra partidario del sacerdocio de los casados, del diaconado femenino (que todos sabemos que es sólo un paso hacia el sacerdocio femenino) y de la aceptación como buenos de los actos homosexuales.
Esto no es búsqueda de la justicia. Esto es una cacería. Y Voelki no es la única presa. Benedicto XVI es la “pieza mayor” que se quieren cobrar, pero de él volveré a hablar cuando haga públicos sus argumentos contra el informe que le acusa de negligencia con sacerdotes pederastas. Informe que fue elaborado por el mismo equipo que hizo el dirigido contra Voelki y pagado por la diócesis del cardenal Marx. ¿A alguien le puede sorprender el resultado?
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