El espejo de Morena

Por Miguel Ángel Vichique

Las ambiciones morenistas de poder -sobre quien sea y sobre lo que sea-, más allá de una competencia justa con reglas y límites para todos, revelan sus contradicciones, mentiras y gran parecido con el PRI, como partido oficial, sin distancia con el Presidente y sin mayor compromiso democrático que ganar o arrebatar, a cualquier precio, sobre cualquier ley y sin pudor.

El partido de López Obrador, enmarcado en una dinámica que privilegia los ataques y descalificaciones de adversarios reales o ficticios –que les sirven para justificar deficiencias y errores-; victimizándose hasta rayar en el absurdo; apuesta a maniobras discursivas ante la falta de buenos resultados de La Esperanza de México en el gobierno.

A través de la calumnia, el descrédito y la intimidación, Morena muestra su verdadero rostro: el del populismo autoritario y antidemocrático que tiende a ocultar la ineficiencia y corrupción de los suyos, pero que denuncia públicamente cuando se trata de aquellos que no comparten ni sus fines ni sus medios.

La realidad es contundente: Morena no es lo que dice ser, y aun más, cada día se parece más a lo que asegura combatir; se parece más al PRI del nacionalismo revolucionario en el que entonces se formó López Obrador y eso explica, en parte, que el verdadero líder de Morena no sea Mario Delgado –quien de acuerdo a sus evidentes limitaciones, suele navegar entre el ridículo y el escándalo-, sino Andrés Manuel,  quien en plena campaña electoral, y sin recato alguno,  actúa más como dirigente morenista que como presidente de todos los mexicanos.

Sí, ya se sabe, ahora habrá quien diga que la crítica viene de neoliberales, conservadores, golpistas y bla bla bla, ante la incapacidad de autocrítica y la tendencia a deformar la realidad de acuerdo a ocurrencias o delirios. Pero no, ponerles un espejo a quienes se asumen como ejemplos de virtud no quiere decir apoyar a sus adversarios o, en contrario,  conspirar contra los que asumen una superioridad moral que no sostienen y los hace  arrastrar ropajes hechos jirones, lo que recuerda El rey desnudo, de Andersen, y, también, El Retablo de las Maravillas, de Cervantes Saavedra.

Pero no sólo se apoderan de cuanta virtud se les ocurre o reclaman para sí, sino que, además, se adueñan de la representación del “pueblo” como factor de legitimidad y manipulación. Y de los pobres, claro, a los que usan. Pero aderezado con la creación de enemigos donde ellos resultan ser los buenos –ya purificados por López Obrador-, y van contra los malos, los que no rinden tributo al verdadero líder del partido.

Y es que la manipulación discursiva, a través de los sofismas populistas, si bien puede ser una herramienta para ganar poder y hasta elecciones, no sustituye la realidad. 

Como se puede ver, no se trata de interceder por  personajes indefendibles del pasado –como lo hacen, por ejemplo, en el caso de Manuel Bartlett-, ni de justificar prácticas nocivas; lo que se quiere es destacar el gran parecido de un buen número de angelicales morenistas con sus malvados contrincantes. 

No hay perversidad alguna en acercarles un espejo para que se vean, como ejercicio democrático; lo verdaderamente grave es que no aceptan espejo alguno que no sea el propio. Así las cosas, Morena frente a su espejo no sólo se engaña negando lo evidente, sino que proyecta una imagen distorsionada de superioridad y bondad que presenta para ser imitada.

Con su espejo, sin calidad reflexiva ni transparencia,  este partido se ve como se quiere ver, aunque realmente sea  otra cosa, como sabemos.


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