ACTUALIDAD COMENTADA/Asesinatos preventivos


Por P. Santiago Martín

(Franciscanos de María)

Esta semana han vuelto a cobrar fuerza las acusaciones contra el cardenal Ouellet por presuntas intimidaciones o acercamientos mal intencionados de tipo sexual. El año pasado, en agosto, el cardenal fue acusado por una mujer adulta de “tocamientos inapropiados” por algo supuestamente ocurrido 15 años atrás en Quebec. 

Ouellet reaccionó como debía y no sólo negó la acusación -dijo que ni siquiera conocía a esa mujer-, sino que le puso una demanda por difamación y pidió una indemnización de 100.000 dólares canadienses que destinaría, en caso de ganar el juicio, a víctimas de la pederastia. 

Pero la cosa, naturalmente, no podía quedar así y ahora los abogados de la primera acusadora han conseguido que se solidarizaran con ella otras dos mujeres que también afirman que, en momentos diferentes, el cardenal intentó hacer lo mismo con ellas. 

Una dice que, hace 31 años, cuando estaba preparando las lecturas antes de la misa, el entonces rector del Seminario de Montreal se acercó a ella por detrás, puso sus brazos a ambos lados del ambón y se frotó la pelvis con ella; ¿alguien puede creer que, en una iglesia, con bastante gente ya en ella porque era antes de la misa, un cura pudiera hacer eso a la vista de todo el mundo?; puestos a inventar deberían conseguir cosas más creíbles. 

La otra alega que hace 8 años -siendo ya Ouellet prefecto de la Congregación de Obispos- durante una fiesta en la que estaba invitado el cardenal él quiso ponerle 50 dólares en el bolsillo del chaleco -se supone que ella habría hecho alguna actuación que mereciera aplausos- y que a ella le dio la impresión de que él lo hacía para tocarle el pecho.

Una acusación de tocamientos delante de la gente en el presbiterio de una iglesia y la impresión de una señora de que el cardenal quiso acercarse a su “delantera”, ¿esto es serio? ¿de verdad se puede destruir a una persona con unas acusaciones así? 

Porque de lo que se trata es precisamente de eso: de destruir a una persona. En todos los medios de comunicación católicos y en buena parte de los medios en general ha salido la noticia y el titular es este: “El cardenal Ouellet acusado de nuevo de abusos”. 

No importa si la primera acusación era absurda y si las nuevas también lo son. Lo que importa es que el cardenal queda de nuevo arrastrado por el barro, con el agravante de que el hecho de que existan nuevas acusaciones hace más creíble no sólo la primera sino también las últimas. 

Es una estrategia que ya fue empleada contra el cardenal Pell: lanzar acusaciones múltiples sin que importe la credibilidad de las mismas, porque el juicio mediático se va a basar en esa multiplicidad para condenar al acusado. Si te acusan varios, aunque todas esas acusaciones sean inverosímiles, estás perdido.

Esto nos obliga a preguntarnos el por qué este ataque contra Ouellet. Acaba de cumplir 79 años. Le queda aún uno para entrar en un cónclave y en los dos anteriores fue “el tercer hombre”, en el duelo entre Ratzinger y Bergoglio, primero, y entre Bergoglio y Scola, después. 

En un contexto de confusión como el actual no sería imposible que, a pesar de su edad, fuera elegido Papa, precisamente por su gran experiencia tanto en el trabajo vocacional, como en el pastoral y en el llevado a cabo en la Curia Vaticana. 

Esta posibilidad quizá no sea tan remota como para no poner nerviosos a algunos, que han decidido volver a la carga contra él e intentar manchar definitivamente su nombre. Porque, ¿quién votaría a favor de un candidato acusado de abusos, por absurdos que estos sean y aunque luego la justicia, pasados meses o años, desestime los cargos? 

No es sólo un “ataque preventivo” para terminar con un rival, es casi un “asesinato preventivo” pues una basura así lanzada contra el honor de alguien puede no sólo acabar con su prestigio sino incluso con su vida.

Claro que no es el cardenal el único que sufre estos “ataques-asesinatos preventivos”. También esta semana monseñor Colomb, obispo de La Rochelle, en Francia, ha sido acusado de intento de abuso sexual. Los supuestos hechos habrían ocurrido hace 10 años, cuando el acusador ya era un adulto. 

La primera consecuencia es que el obispo ha dimitido temporalmente hasta que la Justicia dicte sentencia. Pero incluso aunque esa sentencia fuera absolutoria, el daño ya estaría hecho y le sería muy difícil y violento volver a actuar como pastor de una diócesis. 

Lo que está pasando es evidente: la vieja estrategia de “calumnia que algo queda”. Pero a muchos no les resulta tan evidente que sea la propia Iglesia la que está colaborando con ese plan de destrucción. 

Si hay sentencia y es condenatoria hay que actuar, pero, mientras tanto, ¿no deberían tener los sacerdotes, obispos y cardenales, como cualquier ser humano, el derecho a la presunción de inocencia? 

Hace unos meses se publicó una encuesta hecha entre los sacerdotes norteamericanos que mostraba su dolor por verse obligados a dejar su trabajo sólo por ser denunciados. 

Se sentían desamparados por sus obispos, pues cualquiera podía poner una denuncia, por absurda que fuera, y eso ya era suficiente. Si, por desgracia, existe el “crimen preventivo”, no deberíamos convertirnos en cómplices del mismo.


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