Por P. Santiago MartÃn
(Franciscanos de MarÃa)
Esta semana, dentro del programa de visitas ad limina de los obispos de todo el mundo, les ha tocado el turno a los de Bélgica.
Están en total sintonÃa con los alemanes, pero su menor número y su escasa influencia fuera de sus fronteras ha hecho que el Vaticano les haya prestado menos atención y no haya habido una reunión al máximo nivel, como la que hubo entre los germanos y los cardenales ParolÃn, Ladaria y Ouellet.
Al finalizar, la Santa sede no ha hecho un comunicado conjunto -lo hizo con los alemanes, pero fue una excepción-, pero sà ha habido declaraciones del cardenal De Kesel, arzobispo de Bruselas.
Se ha reiterado en sus posturas, entre las que figuran la bendición de las parejas homosexuales, pero ha reconocido que sus interlocutores en Roma no estaban de acuerdo con algunas de ellas. La doctrina, parece, por lo tanto, que queda clara.
Lo que no queda claro es cómo se va a actuar para que se aplique esa doctrina cuando los interesados se niegan abiertamente a hacerlo. No tocar la teorÃa, pero permitir que se actúe en su contra, es una forma de minar el edificio socavando sus cimientos y esperar a que caiga por sà mismo.
La prudencia y el deseo de evitar rupturas definitivas puede estar detrás de esta permisividad, pero el resultado puede ser muy negativo y puede transformar en cómplices a los que la ejercen. ¿Qué dirÃamos de un gobierno que condena la violación de mujeres pero no persigue a los violadores?
Otro asunto que está causando revuelo es la inclusión en el programa de la JMJ de Lisboa de la agenda 2030 de la ONU. El lenguaje ambiguo usado en ese programa en algunos puntos muy sensibles -ideologÃa de género y aborto-, ha llevado a algunos a pensar que la Iglesia claudicaba de sus principios para plegarse a lo que exige el Nuevo Orden Mundial.
Las Jornadas Mundiales de la Juventud nacieron, con el impulso de San Juan Pablo II, como una forma de manifestar ante el mundo que en la Iglesia también hay jóvenes y que éstos están entusiasmados con Cristo y con su Iglesia. El entusiasmo, la alegrÃa, han sido siempre las principales caracterÃsticas de la JMJ.
Aunque el tema que se desarrollaba era importante, lo que de verdad importaba era estar juntos y sentir que, siendo joven, no se está solo, en un contexto mayoritariamente indiferente e incluso hostil a nuestra fe. Pero eso sólo era posible porque habÃa un reconocimiento explÃcito y valiente de esa misma fe.
Tratar de la defensa de la naturaleza y de la sostenibilidad en una reunión de jóvenes es muy oportuno, pues son ellos los que más motivados están en ese asunto. Hacerlo de modo que se introduzcan conceptos contrarios a la fe, serÃa no sólo traicionar el objetivo de las JMJ, sino incluso acabar con ellas, pues muchos jóvenes católicos dejarÃan de asistir y esos eventos se irÃan reduciendo hasta desaparecer.
Habrá, por lo tanto, que tener cuidado para que al hablar de los derechos sexuales de la mujer no se introduzca el falso derecho al aborto, o al hablar de igualdad de género no se introduzcan elementos de esa ideologÃa.
Pero, lo más importante en este momento, lo que no debemos olvidar, es que estamos en Adviento. Estamos preparando la Navidad. La alegrÃa y la esperanza que esa fecha lleva consigo no nos la deberÃan arrebatar ni el consumismo ni tampoco la observación inevitable de lo que va mal. No somos, ni podemos, ni queremos ser personas que viven ajenas a lo que sucede en la sociedad y en la Iglesia.
El “angelismo” de aquellos para los que todo va siempre bien y Dios debe resolverlo todo sin que nosotros hagamos nada, no es mi camino, ni creo que haya sido nunca el camino de los santos, ni siquiera de los mÃsticos como demuestra Santa Catalina de Siena.
Pero tampoco podemos vivir obsesionados con las malas noticias, no sólo olvidándonos de las muchas cosas que van bien, sino sobre todo olvidando que Dios es el que actúa, aunque haya querido usar de la colaboración del hombre para llevar adelante sus planes.
Por eso, más allá de las noticias que nos inquietan y que, incluso, a veces nos agobian, no olvidemos que Cristo es nuestro Redentor y que es Él quien dirige la Iglesia. Preparémonos para su llegada limpiando la casa para que esté cómodo en ella. Y me refiero, en primer lugar, a la casa de cada uno, que es la propia alma, con una buena confesión. Que nada nos arrebate la esperanza, porque el que va a nacer es precisamente el Señor de la Esperanza.
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