Dos guerras en Europa



P. Santiago Martín

(Franciscanos de María)

Dos guerras terribles se desarrollan ahora mismo en Europa. Una, visible, en Ucrania. La otra, más solapada, en Alemania.

La guerra en Ucrania es feroz. Ciudades bombardeadas, miles de muertos y heridos, más de un millón de desplazados, familias separadas, economía arruinada e incluso el riesgo de un desastre aún mayor, al estar siendo atacadas las centrales nucleares del país. Sea cual sea la excusa o el motivo que tiene Putin para seguir adelante con este conflicto, su comportamiento es inaceptable y por lo que está haciendo merece ser considerado un criminal al nivel de los mayores asesinos de la historia, incluidos Stalin y Hitler.

Pero, mientras tanto, se libra otra guerra, muy cercana a la de Ucrania, que tiene como escenario Alemania. Las bombas no derriban edificios, ni hay misiles lanzados por aviones. El arma que se utiliza es de otro tipo, pero también es mortal. Se usan la intriga y la calumnia. Los promotores del herético Sínodo alemán están buscando a toda costa desembarazarse de la pequeña oposición interna que encuentran en el Episcopado de ese país. La cabeza visible de esa oposición es el cardenal Voelki, de Colonia.

En primer lugar, le organizaron un informe, supuestamente profesional, en el que se le acusaba de permisividad con un sacerdote pederasta. Ese informe fue hecho, y no es casualidad, por los mismos abogados que, más tarde, han intentado implicar a Benedicto XVI en un caso semejante, de manera fraudulenta. Tampoco es casualidad que ese equipo de abogados sea de Münich y que, para el ataque al Papa emérito, haya sido pagado por la Archidiócesis de Münich, presidida por el cardenal Marx. Voelki no aceptó el informe por tendencioso y encargó otro, cuyos resultados entregó a la policía para que no hubiera ninguna duda de su fiabilidad. A pesar de eso, fue denunciado ante el Papa, el cual le pidió, aun siendo inocente, que se retirara seis meses del gobierno de la Archidiócesis. En cambio, el que con toda claridad resultaba implicado y que presentó su dimisión, el obispo de Hamburgo, no recibió ningún castigo y ha seguido gobernando su Diócesis. Cabe decir que el de Hamburgo es uno de los más firmes defensores del Sínodo alemán y de sus heréticas reformas.

Pero no terminó ahí la guerra. Ahora, el cardenal Voelki está sufriendo el acoso desde dentro de su propia Archidiócesis. Los sectores liberales de la misma han hecho llegar al Papa la petición de que le destituya. Incluso el presidente de los obispos europeos, el jesuita cardenal Hollerich lo ha pedido públicamente. Bajo este acoso, Voelki ha vuelto a poner su cargo a disposición del Pontífice. Es un caso de manual, que ya usaron tanto Hitler como Stalin: se intenta destruir moralmente al enemigo, desprestigiarle para que su opinión ya no sea escuchada, y sólo si esto falla se le mata. Ahora lo están usando contra el cardenal Voelki y sería gravísimo que el Papa cediera y cayera en esa trampa.

Sería gravísimo, para la persona implicada, para la Archidiócesis de Colonia, para la Iglesia en Alemania y para la Iglesia universal que el Santo Padre aceptara la dimisión de Voelki. Sería gravísimo porque es inocente y, aún más, porque habría un agravio comparativo no sólo con el obispo de Hamburgo, sino también con el cardenal Marx, de Münich, que también ofreció su dimisión y al que no se la aceptó, incluso estando claramente implicado no sólo en situaciones de su propia diócesis sino de la de Treveris, de la que fue obispo. La señal que se estaría enviando a toda la Iglesia es que, más allá de los discursos, el Sínodo alemán cuenta con el apoyo indirecto del Pontífice, que cede ante las presiones de los que lo promueven, eliminando a los pocos que se oponen a ella

Recemos por el fin de las dos guerras, la de las bombas que destruyen edificios y matan cuerpos, y la de las calumnias que arruinan la reputación de los inocentes. Recemos para que el Papa no castigue a esos inocentes y dé la victoria a los enemigos de la Iglesia.


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