Por P. Santiago Martín
(Franciscanos de María)
El sueño de todo violador debe ser que la sociedad considere culpable a la mujer violada. El de todo asesino, que la víctima sea declarada culpable. El de todo ladrón, que aquel al que ha robado la cartera sea llevado a juicio. ¿El motivo? Fueron poco dóciles, pusieron resistencia e incluso se atrevieron a defenderse cuando eran violadas, acuchilladas o robadas. Esas víctimas son, en realidad, culpables porque no aceptaron dócilmente y sin protestar las agresiones que sufrían. Si no se hubieran defendido e incluso si no hubieran puesto denuncias, sus agresores podrían seguir tranquilamente sus vidas. Con razón -piensan ellos- hay que llevar a juicio a las víctimas que se han atrevido a defenderse, porque con su resistencia han molestado ligeramente al agresor.
Este parece ser el criterio del obispo de Essen, monseñor Overbeck, que en unas recientes declaraciones ha dicho que todo va bien en Alemania porque la gran mayoría está de acuerdo con los cambios en la moral sexual y que es sólo una minoría muy ruidosa la que se opone a ellos. Para él, por lo tanto, la culpa de que en Alemania y, por extensión, en otros países haya tensión dentro de la Iglesia no está en los que quieren abandonar la Escritura y la Tradición, sino en ese grupo que se resiste a ello y que, en su defensa de la Palabra de Dios, se atreve a hacer ruido. Si cardenales como Müller se callaran, todo iría maravillosamente para el obispo de Essen. Pero se atreven a disentir y lo hacen públicamente, hacen “ruido”. Por lo tanto, si hay problemas, la culpa es de ellos. Las víctimas son, para el prelado alemán, las culpables.
Y, ¿cuál es el criterio teológico que emplea este obispo para distinguir quién tiene y quién no tiene razón? No argumenta con citas de la Escritura o de los Santos Padres. Ni siquiera acude a textos del Concilio Vaticano II que, sacados del contexto e interpretados según el “espíritu conciliar” pudiera servirle de base para decir que la razón está de su parte. Su gran argumento es que ellos, los que quieren los cambios, son mayoría. Como son mayoría, tienen razón. Como son mayoría, tienen derecho a cambiar todo lo que quieran cambiar. Como son mayoría, ellos, que son los culpables, se presentan como las víctimas y los que se atreven a disentir, la “minoría ruidosa”, es en realidad la culpable. Para el obispo de Essen, como para todos los defensores de la nueva Iglesia, la nueva y definitiva fuente de la Revelación divina es la opinión pública. Ya no nos habla Dios a través de las enseñanzas de Cristo o de cómo fueron interpretadas esas enseñanzas de forma continua y coherente durante dos mil años. Ahora nos habla a través del pueblo. Lo que la gente diga es la verdad y, lo que opine la mayoría tiene más valor que lo que diga el Evangelio. A ese “altísimo” nivel de argumentación hemos llegado. La nueva Iglesia ya no será ni una, ni santa, ni católica ni apostólica. Será “popular”. Será la Iglesia del pueblo. Un pueblo que, inteligentemente manipulado por los medios de comunicación, irá cambiando sus opiniones según le interese a los que controlan el mundo. Y todos los que se opongan serán mal vistos, serán acusados de alborotadores y de romper, con sus gritos ruidosos, la paz social. No tardarán mucho, los de la Iglesia popular, en cerrar el círculo y pedir que se persiga a los que disienten, a los que molestan con su negativa a rendirse y su tenaz defensa de Cristo como verdadero Dios y, por lo tanto, de la inviolabilidad y perennidad de su mensaje. El defensor de Cristo será expulsado de la comunidad, será excomulgado, porque molesta mucho su oposición a la rendición al mundo. Y quién sabe si llegarán incluso a pedir la cárcel o el martirio para los que no quieren aceptar que la voz del pueblo es la voz de Dios. Así se completará su plan y las víctimas serán presentadas como culpables y pagarán las consecuencias.
Pero esto no es una profecía. Esto es, por desgracia, la constatación de lo que ya está sucediendo en muchos sitios, aunque sea sólo una muestra de lo que va a suceder si las tesis de los que son mayoría -en Alemania y quizá en la mayor parte de la Iglesia occidental- se imponen. ¡Ay de las víctimas! Ahora, por haberse intentado defender, serán condenadas como culpables. Pero, ¿qué puede ser mejor que perder el honor y la vida por defender a Cristo? Esa es la lección de los mártires. Hay vida eterna y para ella nos preparamos aceptando incluso ser presentados como culpables cuando somos las víctimas.
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