Por P. Santiago MartÃn
(Franciscanos de MarÃa)
La sesión del SÃnodo alemán, que se ha desarrollado esta semana, ha puesto de manifiesto el verdadero rostro de sus organizadores. No me refiero a sus intenciones, que son claras y transparentes desde el principio, sino al talante de los que lo organizan. Hasta tal punto ha quedado claro que se puede decir que los nazis han vuelto, si es que alguna vez se habÃan ido.
La primera sesión del SÃnodo, en la que se debÃa aprobar el documento que pedÃa una modificación radical de la moral sexual, fue, sorprendentemente, rechazada. Un tercio de los obispos votaron en contra y eso significaba, según las reglas que se ha dado a sà mismo el SÃnodo, que el documento no iba adelante. Nadie se lo esperaba y el escándalo fue enorme, hasta el punto de que el presidente del Episcopado, monseñor Batzing, declaró, pesaroso, que no habÃa visto venir la oposición del pequeño pero significativo grupo de sus colegas, a la vez que expresaba su malestar e irritación. En la misma lÃnea se manifestó el cardenal Marx.
Al dÃa siguiente debÃa votarse el documento que reclamaba el sacerdocio femenino. Para evitar que se repitiera el boicot de la minorÃa católica que existe en el Episcopado alemán, Batzing se reunió con todos los obispos a puerta cerrada y pactó un acuerdo: modificarÃan el texto para que se convirtiera en una petición al Papa para que volviera a estudiar lo del sacerdocio femenino. Era un texto aguado e intrascendente, desde el punto de vista práctico, y el texto fue aprobado.
Pero esa solución no fue suficiente para la mayorÃa de los laicos y obispos que quieren un cambio radical, por lo que el paso siguiente fue prohibir el voto secreto y obligar a que se votara a mano alzada. El grupo de los 21 obispos conservadores se diluyó inmediatamente y asà fueron aprobados dos textos muy significativos. En uno se pedÃa que las relaciones homosexuales no tuvieran consecuencias laborales para los empleados de la Iglesia -posiblemente tampoco para los sacerdotes- y en el otro se creaba un “Consejo Sinodal”, integrado por los reformistas, que se encargará de aplicar las resoluciones del SÃnodo en las diócesis y en las parroquias.
El punto de inflexión se produjo, por lo tanto, cuando se suprimió la posibilidad del voto secreto. Delante de todos, los que lo promovieron y los que lo temieron, estaban acontecimientos recientes que han sufrido sacerdotes y obispos fieles en tantos paÃses. Acoso feroz a templos en Chile y Argentina, por grupos supuestamente LGBT, pero que en realidad son paramilitares pagados. El acoso de esos mismos grupos en templos católicos en Alemania o el ataque que sufrió el anterior arzobispo de Bruselas, que era conservador. Y, lo que es mucho peor, la denuncia de abusos contra el cardenal Pell, que le tuvo más de un año en la cárcel, o la más reciente y absurda contra el cardenal Ouellet. Los obispos que votaran contra los dos textos que faltaban por aprobar sabÃan lo que les esperaba. DeberÃan haber estado dispuestos al martirio, pero algunos tuvieron miedo y sólo 8 de los 21 se mantuvieron firmes y otros 8 se abstuvieron. Posiblemente más de uno se acordó de la terrible “noche de los cristales rotos”, en que los ataques contra los judÃos se produjeron en toda Alemania, y no quisieron correr riesgos.
Ahora vendrá la aplicación de lo aprobado, corregida y aumentada, pues ya varios obispos han dicho que ellos van a implementar en sus diócesis incluso lo que no resultó aprobado en la asamblea. ¿Qué va a ser de los laicos que no estén de acuerdo con las enseñanzas heréticas o los comportamientos inmorales de sus sacerdotes? ¿Qué va a ser de los sacerdotes que no puedan, en conciencia, obedecer lo que les mande su obispo o les requieran algunos fieles? ¿Y de aquellos curas que tengan ahora un superior laico que les censure las homilÃas para que se ajusten al “espÃritu sinodal”? ¿Y qué va a hacer el Vaticano cuando todo esto se empiece a llevar a la práctica? El presidente de los jóvenes católicos alemanes ha dicho que no quieren una Iglesia nacional alemana, pero que no les quedará más remedio que hacerla si la Iglesia universal no sigue sus pasos. Esa es ahora la disyuntiva: enfrentarse a un cisma en Alemania y quizá en Suiza y Bélgica, o no hacer nada y dejar que el virus alemán contagie al resto de la Iglesia, porque muchos considerarán que “el que calla, otorga” y que el silencio oficial es una forma de beneplácito.
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