Por P. Santiago MartÃn
(Franciscanos de MarÃa)
La gran y triste noticia de la semana ha sido la detención del cardenal Zen, obispo emérito de Hong Kong, de noventa años de edad. Es verdad que unas horas después fue puesto en libertad bajo fianza, pero la señal de advertencia ya habÃa sido dada.
De momento, no podrá viajar fuera de Hong Kong y cualquier cosa que al régimen chino le parezca contrario a sus intereses será utilizada como excusa para meterle en la cárcel.
El cardenal Zen ha sido un crÃtico tenaz contra el acuerdo que el Vaticano firmó con el régimen comunista chino. Por parte de la Santa Sede se buscaba aliviar la suerte de los católicos de ese paÃs, sometidos a una presión policial cada vez más brutal.
A cambio, reconocÃa la validez de los nombramientos episcopales hechos sin la autorización del Papa, algunos de los cuales habÃan recaÃdo sobre personas indignas, cuyo único mérito era la fidelidad absoluta al partido comunista.
Las concesiones del Vaticano fueron contestadas por los católicos chinos a los que se pretendÃa ayudar -la llamada “Iglesia clandestina”- y el cardenal Zen fue su principal portavoz.
En realidad, no han aliviado la suerte de esa Iglesia, que ha visto destruidos muchos de sus templos y suprimidos los sacramentos a menores de edad; incluso ha tenido que soportar que todos los sacerdotes juraran fidelidad al partido comunista por encima de la fidelidad a la Iglesia.
La detención del cardenal Zen, representa una señal inequÃvoca de que los acuerdos con el Vaticano no han servido para nada y ha sido, además, la propia dictadura la que se ha encargado de certificarlo. La humillación que representó firmar dichos acuerdos, sólo ha servido para que la Iglesia perdiera dignidad, sobre todo porque se hacÃa en contra de lo que opinaban los que estaban siendo perseguidos, con Zen a la cabeza.
De las dictaduras no se puede esperar otra cosa y cualquier pacto con ellos terminará mal, porque para que un acuerdo funcione tiene que haber por ambas partes el deseo de cumplirlo y con los dictadores eso es, simplemente, imposible. La mentira forma parte de su esencia.
Pero no es sólo la dictadura china la que ataca a la Iglesia. A un nivel menor comparado con ella, en Estados Unidos se está empezando a padecer la violencia de los que quieren imponer otro tipo de dictadura, aquella que Benedicto XVI denominó “la dictadura del relativismo”.
Las agresiones a templos católicos y a centros pro vida han sido frecuentes esta semana. Incluso el juez Alito, que es el encargado de redactar la sentencia que podrÃa poner fin al aborto, ha tenido que dejar su hogar y ser protegido por la policÃa debido a las amenazas recibidas por parte de los que se consideran a sà mismos los verdaderos demócratas y los auténticos tolerantes.
Son tolerantes, efectivamente, siempre que pienses, digas y hagas lo que ellos quieren. Exactamente igual que en China, aunque el grado de violencia, de momento, sea diferente.
La cultura de la muerte no da tregua. Por doquier muestra sus garras y afianza su poder. En Colombia, el Constitucional acaba de aprobar la eutanasia.
En Chile, el aborto y la ideologÃa de género han sido incluidos en la nueva Constitución que se someterá a referéndum. En Australia se permitirá que se creen embriones humanos para ser posteriormente sacrificados y aprovechar su material genético.
Guerra en el este y guerra en el oeste. Es como si viviéramos en aquel periodo final del Imperio romano, cuando los godos de Alarico saquearon Roma. Dos años más tarde, en el 412, San AgustÃn empezó a escribir los libros de la Ciudad de Dios. En ellos invita a los asustados cristianos a mirar hacia el cielo y les recuerda las palabras que Cristo pronunció ante Pilato: Mi reino no es de este mundo.
Ni la dictadura comunista o sus sucedáneos, ni tampoco la dictadura del relativismo en que se va convirtiendo el antiguo Occidente cristiano, son lugares donde podamos reclinar la cabeza y encontrar nuestro descanso.
Una democracia que legisla contra la ley natural y considera el aborto como un derecho está corrompida. No es dictadura, pero va camino de serlo. Sin embargo, Jesús es Rey, aunque su reino no sea de este mundo, y sólo en su Reino encontraremos la paz. Somos ciudadanos del cielo y debemos estar preparados para ir a nuestra patria, aunque mientras tanto tenemos que intentar que la patria de aquà mejore.
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