Lecciones de una guerra

P. Santiago Martín
(Franciscanos de María)

La guerra ha vuelto. En realidad, nunca se ha ido. Desde la segunda guerra mundial se han sucedido guerras periféricas, a veces tan grandes y graves como las de Irak o Afganistán, por no hablar de las guerras que mantienen algunos países para no convertirse en narco-estados. 


Pero ahora es distinto. La guerra ha vuelto a Europa y un escalofrío de miedo nos sacude a muchos -a otros, con seguir disponiendo de sus drogas favoritas, el alcohol y el sexo, todo les da lo mismo-. Esta guerra relámpago que Rusia ha desatado sobre Ucrania, implica la invasión de un país soberano por otro y eso es inaceptable. 


Es sólo el miedo a un desastre mayor, como sería una guerra nuclear a nivel mundial, lo que, posiblemente, ha impedido una reacción más firme por parte de Estados Unidos y sus aliados. Las sanciones económicas dejan indiferente a Putin; amenazarle con que va a ser juzgado muy mal por la historia, me imagino que le ha hecho reír a carcajadas. Además, ni siquiera se han atrevido a pulsar el llamado “botón nuclear económico” (la expulsión de todos los bancos rusos del sistema de código SWIFT, imprescindible para operaciones internacionales). 


Da la impresión de que las medidas adoptadas tienen mucho de postureo de cara a la opinión pública. Los aliados no mandan a sus jóvenes a luchar por Ucrania porque posiblemente no estarían dispuesto a luchar ni siquiera por sus propios países.

Pero no hay que olvidar que en Ucrania hay un sector de la población pro ruso, y no sólo en la zona del Donbas. No se pueden borrar de un plumazo años de historia en común, con lo que eso ha supuesto para los flujos de población. Conviene recordarlo para otros escenarios, que no son iguales pero que tienen algo en común (Cataluña, por ejemplo). 


Una prueba de ello es lo que ha sucedido con la Iglesia ortodoxa en Ucrania. Un sector de la misma rompió los lazos con el Patriarcado de Moscú y, con el apoyo del patriarca de Constantinopla, se declaró  independiente. Eso no sólo enfrentó a Moscú con Constantinopla, sino que dividió a los propios ucranianos, formándose dos Iglesias ortodoxas en Ucrania. 


Lo que pocos saben, y es muy significativo, es que la gran mayoría de monasterios, iglesias, sacerdotes y fieles ucranianos siguen perteneciendo a la Iglesia ortodoxa fiel a Rusia. Eso es suficientemente significativo y debería haber sido tenido en cuenta la hora de medir el pulso de los sentimientos de la población.

La Iglesia católica -tanto la de rito griego como la de rito latino- ha sido siempre partidaria de la independencia de Rusia y de la aproximación a Europa, pero es una pequeña minoría en el conjunto de un país ortodoxo. 


No habría que descartar represalias contra ellos, aunque no creo que se llegue a lo sucedido en la época soviética, cuando muchos sacerdotes fueron asesinados u obligados a unirse a la Iglesia ortodoxa y sus templos confiscados. De momento, el arzobispo greco-católico de Kiev ha dicho que él no va a huir, pase lo que pase.

El Papa ha convocado un día de ayuno y oración, coincidiendo con el miércoles de ceniza. La oración es nuestra principal arma y me parece acertado utilizarla. La Iglesia polaca está colaborando activamente con su gobierno para la acogida de los miles de refugiados que están llegando ya a su país. 


No hay que olvidar que la zona norte de Ucrania era una parte de Polonia y que su capital, Lvov, fue en tiempos una bellísima ciudad polaca. La Iglesia, por lo tanto, reza y ayuda a las víctimas de la guerra. Porque, al final, los que importan son esas víctimas, que lo son tanto del imperialismo ruso, como de la política de las mayorías contra las minorías o de la pasividad de un Occidente que, como sólo cree en el dios dinero, piensa que, con arañar un poco las cuentas bancarias de sus enemigos, estos van a echar a temblar. 


No sólo no conocen la historia -lo sucedido con Hitler, por ejemplo-, sino que practican una política tanto más suicida cuanto que sus vecinos y potenciales enemigos están practicando la contraria: lucha contra el aborto, rechazo total a la ideología de género, apoyo a la familia y a la Iglesia. Putin no es el paladín de la cultura cristiana, pero está usando la religión y sus valores morales para fortalecer a su pueblo. 


En Occidente se hace justo lo contrario. Si para algo debiera servir esta terrible guerra debería ser para que los políticos occidentales se preguntaran hacia dónde están conduciendo a sus pueblos. Salvo los polacos y los húngaros, los otros no lo harán. Y todos pagaremos las consecuencias. Hoy Europa es una fruta rica e indolente, que sólo espera a que un aventurero sin escrúpulos llegue a apoderarse de ella.


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