Sal o azĂșcar



P. Santiago MartĂ­n
(Franciscanos de MarĂ­a)

Un clĂĄsico de la estrategia polĂ­tica es aprovechar momentos de tensiĂłn, donde la atenciĂłn mundial estĂĄ puesta en determinados acontecimientos, para aprobar leyes que, en otras circunstancias, generarĂ­an un gran revuelo social y el rechazo de una parte de la poblaciĂłn. 

AsĂ­ estĂĄ pasando ahora con la situaciĂłn que se vive en Ucrania, que puede ser el inicio de una tercera guerra mundial. Mientras la mirada del mundo estĂĄ puesta ahĂ­ y se anuncian grandes catĂĄstrofes, como que el paĂ­s serĂĄ arrasado y su capital, Kiev, saqueada, la cultura de la muerte sigue dando pasos para consolidar su dictadura.


En la UniĂłn Europea estĂĄ establecido que cada seis meses ocupa la Presidencia el gobernante de uno de los paĂ­ses miembros. Desde el 1 de enero, ese puesto le corresponde a Macron, el presidente francĂ©s. 

En su discurso de toma de posesiĂłn dijo que su objetivo era conseguir que el aborto fuera considerado un derecho y que se convirtiera en un elemento esencial de lo que Ă©l llamĂł “los valores europeos”. Transformar el aborto en un derecho significarĂ­a que nadie se puede oponer a Ă©l, ni tan siquiera criticarlo. SignificarĂ­a tambiĂ©n que la objeciĂłn de conciencia por parte de individuos o instituciones -por ejemplo, los hospitales catĂłlicos- quedarĂ­a prohibida. 

La ley se aplicarĂ­a con toda su dureza contra los que criticaran pĂșblicamente el aborto o intentaran disuadir pacĂ­ficamente a alguna persona de que lo hiciera, llegando a tratarles como si fueran delincuentes o incluso como terroristas. Esto pondrĂ­a a la Iglesia en una difĂ­cil situaciĂłn, que podrĂ­a desembocar incluso en su ilegalizaciĂłn, salvo que cambiara sus enseñanzas y aceptara el aborto como una forma mĂĄs de control de la natalidad. 

Si a esto se le suma el acoso que sufrirĂ­a por seguir considerando que el ejercicio de la homosexualidad es un pecado y seguir insistiendo en que el sexo de las personas estĂĄ ligado a la biologĂ­a y no a la opiniĂłn o deseo de cada uno, estarĂ­amos ante una tormenta perfecta contra la Iglesia como instituciĂłn y contra los catĂłlicos en particular.

Esto, ademĂĄs, no sucede sĂłlo en Europa. En Estados Unidos, el presidente Biden sigue insistiendo en apoyar el aborto con todas sus fuerzas, convirtiĂ©ndolo, como en Europa, en un derecho, al que nadie se pueda oponer. 

En LatinoamĂ©rica, cada vez son mĂĄs los paĂ­ses que se inclinan por esta calificaciĂłn del aborto, con el fin de prohibir cualquier tipo de objeciĂłn al mismo. Pero el aborto es sĂłlo la punta de lanza, porque unido a Ă©l viene la eutanasia y todo el paquete de medidas legislativas ligadas a la ideologĂ­a LGBT. 

Por desgracia, la opiniĂłn pĂșblica ha sufrido el efecto de lo que se conoce como el “sĂ­ndrome de la rana hervida” y asĂ­ se ha pasado en pocos años de considerar el aborto, la eutanasia y todo lo demĂĄs, como algo inaceptable a considerarlo como algo tolerado para terminar convirtiĂ©ndolo en un derecho. 

Dentro de la Iglesia tambiĂ©n se ha producido ese fenĂłmeno, como demuestra el desafĂ­o abierto que estĂĄ haciendo la Iglesia alemana a muchas de las normas morales catĂłlicas, sin que haya un rechazo pĂșblico y generalizado por parte de la jerarquĂ­a y de los fieles.

Salvo que una catĂĄstrofe obligue a los que controlan el mundo a replantearse su estrategia, la Iglesia va a tener que elegir a medio e incluso a corto plazo entre someterse o aceptar las consecuencias de no hacerlo. 

El excelente secretario del Episcopado español, monseñor ArgĂŒello, decĂ­a hace unos dĂ­as que Cristo fundĂł la Iglesia como la sal de la tierra y no como el azĂșcar del mundo. Tiene razĂłn. Pero hay que estar dispuestos a pagar el precio de ser sal, levadura y luz que brilla en la oscuridad. Y hay que prepararse para ello. El agua en que metieron a la rana ya estĂĄ muy caliente y le quedan pocas posibilidades de saltar fuera de la olla donde se estĂĄ cociendo. EstĂĄ adormecida y no se da cuenta de cuĂĄl va a ser su final. 

Lo mismo pasa con la mayorĂ­a de los catĂłlicos practicantes, que cada vez son menos; son mayores y no quieren complicaciones, les basta con sus rutinas. O despertamos las conciencias de los que siguen siendo fieles, o terminaremos por ser el azĂșcar del cafĂ©, en lugar de la sal de la tierra. Por desgracia, no da la impresiĂłn de que nos estemos preparando para ser sal, sino mĂĄs bien para convertirnos en un elemento mĂĄs de los que usa el sistema para adormecer a la gente, mientras el agua se pone cada vez mĂĄs caliente, sin que la rana intente ni siquiera salvarse.


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