P. Santiago Martín
(Franciscanos de María)
En una reciente entrevista, el cardenal Müller ha afirmado que en muchos sitios los católicos vivimos en un “tiempo de tribulación y de terror psicológico”. Son palabras muy fuertes, dichas por alguien que tiene suficiente información para decirlas.
Por desgracia, esto sucede en muchos países del mundo, algunos de los cuales no son noticia porque son de África o de Asia. Por ejemplo, esta semana los musulmanes radicales han quemado un seminario menor en Burkina Faso y han amenazado a los seminaristas con que los matarían si regresan. De eso no hablan los medios de comunicación, no sé si es porque son africanos los que padecen la persecución, si es porque son católicos o, pero aún, porque son católicos africanos. También esta semana, radicales hinduistas han destruido un centro católico que hacía las veces de capilla y ofrecía ayuda a los pobres, en India. Lo mismo que en el caso de África, casi nadie se entera más que los propios afectados.
Pero hemos llegado a un punto en el que esos medios de comunicación, que están tan pendientes de averiguar si algún sacerdote, aunque sea hace setenta años, ha abusado de un menor, ni siquiera se fijan en las agresiones que sufrimos en el corazón de Occidente. Por ejemplo, Francia. En 2021 se produjeron 856 incidentes anticristianos, que incluyeron la muerte de un sacerdote. Casi nadie se ha enterado.
Todo esto genera ese clima de terror psicológico que denunciaba el cardenal Müller. Y no sólo porque se ataque a los que participan en una procesión o porque se pinten con insultos y blasfemias las fachadas de las iglesias. Las legislaciones de los países oficialmente democráticos son cada vez más agresivas contra los que son fieles a las enseñanzas cristianas. En el Congreso de Estados Unidos acaba de aprobarse una ley, con el apoyo de algunos republicanos, que impedirá la concesión de visados a los que procedan de países que rechazan la ideología de género o que ellos mismos, personalmente, se hayan manifestado en contra de la misma. En España se ha aprobado una ley que impide rezar en las proximidades de los abortorios. En Finlandia, una ex ministra está siendo juzgada por publicar que el ejercicio de la homosexualidad es un pecado, citando una frase de la Biblia; el fiscal le ha dicho que puede creer lo que quiera, pero que no puede decirlo públicamente. En España, eso mismo le ha pasado al obispo de Tenerife, monseñor Álvarez. Polonia y Hungría acaban de ser sancionadas por la Unión Europea con una cuantiosa multa por no querer incluir algunos aspectos de la ideología de género en su legislación.
Lo maravilloso es que, a pesar de todo esto, sigue habiendo mucha gente que va a misa, que se confiesa, que comulga y que reza. Si otra institución que no fuese la Iglesia se encontrara sometida a la campaña de desprestigio y acoso que nosotros estamos padeciendo, habría desaparecido hace mucho tiempo. Vivimos en tiempos de terror psicológico, de acoso por cosas que pueden ser verdad y de calumnias por otras muchas que no lo son. Pero ya hemos pasado por situaciones parecidas otras veces y sabemos que es en la persecución donde se madura y purifica la fe. Algunos, incluso muchos, por desgracia se dejan arrastrar por la feroz campaña desatada en contra de la Iglesia y se alejan. Pero otros muchos siguen siendo fieles y demuestran que su fe no está basada en la santidad de los hombres sino en Jesucristo, el único que merece toda nuestra confianza. Vivimos en tiempos de terror y por eso estamos viviendo en tiempos de santos y de mártires. Con lo que está cayéndonos encima, es un acto heroico seguir yendo a misa el domingo y eso hay que agradecérselo a los que lo hacen. Hace ya mucho tiempo que confesar y practicar la fe no es cuestión de moda o de presión social. Hoy la presión, descarada y brutal, va en el sentido contrario. Hoy no es de hipócritas ir a misa. Hoy es de confesores de la fe e incluso de mártires.
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